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Letra Libre de Joel Nava Polina

EXTRAÑA SENSACIÓN©®

EXTRAÑA SENSACIÓN©®
EXTRAÑA SENSACIÓN©®
1994


El timbre del teléfono suena, apenas faltando dos campanazos para que el reloj de péndulo de la sala, contara la novena.

Entonces, el jovenzuelo espera justo a la mitad del tercer ¡riing! del comunicador, para levantar la bocina; en ese momento ya eran las 10 en punto de la noche.

¾ ¡Hello!

¾ ... click ¾ terminó por escuchar en su oído.

Iracundo, el muchacho se yergue sobre sus piernas y lanza el aparato telefónico al piso.

- ¡No me lo explico...! — dice para sí en voz alta.

Se encamina gruñendo hacia la ducha y justo cuando cierra la puerta, un relámpago surca el cenit.

La luz eléctrica se ausenta del apartamento.

Dentro del baño, el muchacho se despoja de la última prenda íntima — la que le cubre el bajo vientre —, y entonces el zumbido del timbre de baterías solares inunda el entorno y piensa: "el de la puerta principal" — se acuerda del artilugio..

- ¡Demonios! ¡No puedo ni bañar...! – no termina la frase.

Al abrir la puerta Joshua tropieza con una viejecita.

El alto y espigado varón trastabilla hacia atrás con la intención de evitar caer de bruces sobre la mujer, y en un instante deduce que, para no desplomarse, debe usar sus largos y delgados dedos para aferrarse de la lámpara que del techo pende.

Ante las circunstancias, arroja la toalla que apenas y si estaba por colocarse para cubrirse la cintura.

- Discúlpeme joven — atina a decir la quebrantada voz de la mujer. En tanto, en sorpresivo movimiento, encuclilla su figura y con boca su desdentada se apodera del glande del muchacho y comienza a mamarlo a la primera tarascada.

Sin dejarle al azorado sujeto oportunidad para responder al ataque, la mujer vuelve a embestir.

Lo tiende sobre el piso del baño, ya inundado de agua. Esa misma que de la bañera derrama su líquido al rebasar el límite de contenido.

Sometido, Joshua se pone rígido. Endurece el cuerpo, creyendo que la acción le evitará disfrutar del extraño gozo prodigado por la rasposa lengua de aquella vieja.

- ¡Quítese de encima! — ordena con estentórea voz el mozalbete.

En vez de intimidarse, aquella tipa muerde con mayor fruición la cabeza del pene; y entonces, el apéndice acepta el sometimiento de un delicioso cosquilleo.

Joshua se da cuenta que el origen del prurito proviene del roce de su prepucio deslizado contra el paladar de la vieja; y claro, gracias a la prolongación de tres minutos de un trabajo que, la anciana prodigó a su víctima en una mecánica simple: meter y sacar la virilidad del hombrecillo en una garganta que plañía sonidos guturales.

El desdichado no aguanta más. Y en movimientos mecánicos, comienza a ondular su cadera; eleva su pubis hacia el techo, y aunque jamás logra llegar a tocarlo, siente satisfecha su venganza al ver que la aguileña nariz de la mujer, toca el nacimiento del ombligo del muchacho.

- Seguro se ahoga — piensa Joshua — No será capaz de meterse todo eso en la garganta.

El joven se equivoca. Sorprendido observa cómo la dama no sólo disfruta de aquel “juego”.

Aceptando el reto, comienza entonces a succionar las dos esferas contrahechas y recubiertas por la lustrosa y rosada piel de los testículos, y es entonces cuando por fin el hombre deja escapar el primer gemido de placer.

Ya nada le importa. Bloquea su mente para evitar dar respuestas a todas y cada una de las incógnitas que le asaltan sobre la procedencia de aquella extraña, y permite que sus manos alcancen las oquedades que la mujer le muestra sin recato.

De esta forma, el chico libera sus dedos. Les permite introducirse bajo la falda de la mujer; de hallar ocultos, bajo fino encaje, un par de labios hinchados, rebosantes de un líquido que palpita y está listo para impregnar cualquier ente fálico que hurgue los fondos de aquella vieja atrevida.

La mujer, en tanto, asegura la sujeción del erecto pene del muchacho con su lengua rosada y comienza a transmitir una explosión de lujuria cuando comienza a gemir y entonar guturalmente un raro cántico nórdico.

En ese lapso, las sorpresas apenas comienzan. Tarde, el muchacho se percata que la vieja ha cambiado de posición, y dirigen su cadera hacia la cara de Joshua.

Lo monta entonces.

A horcajadas coloca su bajo vientre sobre los labios del menor, para así convidarle de las punzantes chispas de agria dulzura que le sobrevienen antes que la mujer se electrice por su propio orgasmo. Ese que bien había planeado tener, entre las mejillas barbadas de aquel hombre.

Uno... dos movimientos más, y aquellas dos siluetas cobijadas por el vapor del agua caliente se observan retorcidos.

Inicia entonces un concierto de agónicos estertores de gozo, pujidos, gritos de alegría y carcajadas frenéticas, estridentes, lúbricas; casi al borde de la locura... de la demencia.

Al finalizar la apoteótica danza, Joshua se levanta. Tiende la mano a la mujer y besa aquellos labios sin aliento.

­ Te adoro! — esgrime Karen a su novio, mientras termina por sacar de su cabeza una horrible máscara de bruja,, mientras deja caer sobre sus hombros una brillante y larga cabellera platinada.

­ Y... ¡yo a ti! — responde aturdido el chico ante el hallazgo, mientras con los pies — sin que su mujer lo alcance a ver — tunde aquella máscara de Halloween con la cual su prometida sorprendió, y lo elevó a insospechadas alturas sensoriales para su imaginación.

“Qué extraña sensación” — piensa al fin — “Jamás creí que ella tuviera esos alcances sexuales”.

En ese instante, la electricidad fluye nuevamente por las bombillas eléctricas. El lugar se ilumina y el joven busca a su compañera... ¡ha desaparecido!

No bien comienza esta tarea, la ve frustrada al detenerse a responder una llamada telefónica:

— Joshua... ¿eres tú? — se deja escuchar por el auricular.

— ¡Quién más ha de ser? ¡Karen!... ¿Dónde estás? ¡Si hace un momen..? ... Muy bien, aquí te espero... da mis saludos a tus padres... no tardes... adiós.

El joven cuelga el auricular, y entonces a lo lejos escucha la frenética y desquiciante carcajada de una chillante, una burlona voz.

Joshua, sonríe. Limpia el semen que aún tiene sobre las ingles, y sin poder evitarlo, siente que algo lo vuelva a lubricar; algo lo invita a ir en busca de un recuerdo pasajero en el negro firmamento.

Ese que, desde la ventana de su penthouse en la colonia Condesa, se dibuja en el aire, en la silueta de una escoba que es montada a horcajadas por algo que pareciera ser una mujer.


Fin


Por: Joel Nava Polina
Derechos Reservados de Autor: 03-2003-092612582900-01
De la obra: El Asalto al inconscinte

1 comentario

Carmen H. Franchini V. -

Que sorpresa tan agradable, me gusto la descripción de todos los detalles y el sentir... con un final divetido.
Felicidades!!!